El mexicano alrededor de la mesa

En México, degustar los alimentos alrededor de la mesa no solo cumple la función básica de alimentar nuestro cuerpo, sino que va más allá, incluso diría yo, a alimentar el espíritu y el alma.

En México-Tenochtitlán, la divinidad se hacía presente en la mesa y recordaba esa simbiosis con el hombre en uno de mis platillos favoritos: el pozole. La unión entre el maíz (personificado en el Dios Cinteotl) y la carne (en sus inicios, humana), recordaban a quién lo consumía su origen y vocación, su destino y fin.

En la tradición cultural, fuera de las grandes ciudades empapadas de la cultura corporativista y de consumo (con su honrosa excepción, la "Comida Godinez"), en México la hora de la comida es sagrada, al grado de que poblados enteros se paralizan por un par de horas. Así, la hora de la comida se vuelve el momento de respiro en el ajetreo del diario vivir.

Otra característica peculiar de nuestro país es demostrar el cariño a través de los alimentos. Vivos y muertos gozamos de este placer. Los primeros con las bienvenidas calurosas de familiares o amigos a quienes visitamos y nos ofrecen algo que comer al momento de llegar a su casa, los segundos con los famosos altares repletos de aquellos platillos con los que nuestros seres queridos se regocijaban en su paso por este mundo.

Los mexicanos gozamos compartir la comida. Sea en el desayuno, con un cafecito, a la hora del almuerzo o  en una cena, las amistades y los amores se consolidan entre risas y bocados.

En lo personal, no solo soy amante del buen comer, sino amante de la comida mexicana y lo que implica la hora de la comida en México. Que parte de mi historia personal gire en torno a la mesa hace de ésta un ícono de felicidad, buenos momentos y plenitud, y es aquí donde creo plenamente en el famoso refrán que versa "barriga llena y corazón contento".

Emile

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